El resto se puede imaginar. Una guerra ruso estadounidense, con las consecuentes ramificaciones mundiales y la explosión final de una bomba atómica con un pulso electromagnético que provoca la caída de una estación espacial, la muerte de millones de personas y unas ocho horas de diversión y violencia virtual en las que el jugador visita las favelas de Río de Janeiro, un gulag [campo de concentración soviético] en la costa oeste rusa o los estados de Virginia y Washington DC, con símbolos como el Capitolio o el monumento a Lincoln completamente destruidos.
Carlos González Tardón, psicólogo de la universidad de Barcelona experto en interacción entre inteligencia artificial y seres humanos, explica que "aunque la inmersión dentro del juego sea holística, es decir, total, son muy pocas las ocasiones en las que el jugador no es consciente de que está jugando". Asegura que al entrar en un videojuego, que como todo juego es una simplificación y una forma de socialización, aceptamos el código moral interno del programa, pero al apagar la consola, volvemos a las reglas reales. "Quien no lo perciba tiene problemas psicológicos, y daría igual que fuera un libro o una película, el problema es de la persona, no del juego. Un violento no debe ni jugar a juegos violentos ni ver películas violentas", concluye sonriendo, "pero esto es algo lógico".
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