viernes, 10 de diciembre de 2010

Mejor no tener ídolos



He llegado a la conclusión de que es mejor no tener ídolos. Renunciar a la idolatría del éxito, de la gloria y de los focos. Mucho mejor ser frío, calculador y hasta desconfiado. Mejor quedarse a medio camino de la admiración, no ansiar fotos, ni libros dedicados. Nada. Si ganan, pues bien. Si palman, pues también. Y a otra cosa.
Mejor admirar a la gente normal, a la que tenemos cerca, a la que nunca le decimos lo extraordinario que es disfrutar de su cariño y su compañía aunque jamás ocupen una portada o se cuelguen un oro. Sobre nuestros ídolos construimos la imagen de la perfección y nos equivocamos. Los ídolos son personas, con sus tentaciones, con sus errores, con sus aciertos, con su ramita de laurel. No les conocemos en realidad, sólo les imaginamos como queremos verles, sólo les vemos durante unas pocas horas de su larguísima vida.
Marta es un ídolo caído. Es una persona caída. Yo no la idolatraba pero me gustaba verla con su cinta rosa, con su acento palentino, con su gesto entre el dolor y la felicidad plena cruzando la línea de meta. Para muchos una decepción enorme; para mí, una mala noticia más, y a otra cosa.
Cuando conoces de cerca a muchos ídolos de masas te das cuenta de que, en realidad, no hay tanta distancia entre ellos y esas personas normales a las que no idolatramos y que sin embargo son mucho más importantes en nuestras vidas. Entre la admiración o el reconocimiento y la idolatría hay una distancia que yo paso de recorrer: mis ídolos están muy cerca, son muy normales y no salen en las portadas.


Juanma Castaño.

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